La filosofía como necesidad
Resulta cuanto menos
gracioso, por no decir sarcástico,
que los actuales herederos de una práctica
tan profundamente humana como la política, se planteen un ninguneo tan mezquino con los seguidores de los que la inventaron. Esta “ciencia”, la política, en principio fue una rama de la filosofía, y estudiaba
la mejor forma de gobernar con
justicia la sociedad de los hombres libres, los ciudadános de las polis griegas. Era otra faceta más
que los “amantes del saber” (filo-sofos), desarrollaron con el propósito de gobernar la comunidad
humana con igualdad y justicia; con criterios éticos y basados en el conocimiento.
Está claro que, una gran parte
de los que hoy llamamos políticos, poco se parecen
a lo que entendían por tal los que inventaron el término.
Sócrates renunció a salvar su vida, y “tomó la cicuta”, por ser respetuoso con lo que había
decidido la comunidad a través de sus órganos políticos, aún a sabiendas de su
inocencia y de que había sido fruto de una conspiración de algunos rivales sin
escrúpulos. Creyó necesario el gesto para que sus discípulos vivieran, en su
maestro, la importancia de ser
coherentes con su ética, hermana de la política, al ser ambas, hijas de la filosofía.
Sus herederos filosóficos,
Platón y Aristóteles, autenticas referencias de la filosofía política, teniendo unas ideas en gran parte enfrentadas
con respecto a las formas de gobierno, sin embargo coincidían en que el gobierno de la sociedad era
algo que sólo debiera estar al alcance de los más sabios, los mas virtuosos, los auténticos “amantes de la sabiduría” (filósofos); pues eran ellos los que podrían ejercer el gobierno con más
garantías de impartir la justicia, la “gran virtud social”,
entre todos los ciudadanos libres.
Estos nobles propósitos de los “fundadores”,
parece que sus actuales
herederos no los comparten en absoluto.
El empeño que algunos
sectores de la que hoy es “sospechosamente conocida” como “clase política” parece apostar por degradar y poner en cuestión la
enseñanza de la filosofía, madre de todas las ciencias entre ellas
de la política. Amén de un signo de ceguera intelectual y cultural, parecen
evidenciar un cierto grado de ensañamiento
parricida, quizás consecuencia de la desconfianza y el recelo que les
inspira cualquier forma de pensamiento o actitud, que ponga en cuestión los verdaderos intereses que defienden,
cada vez más evidentes, aunque
pretendan ocultarlos tras una demagogia
del utilitarismo que hubiera
dejado a los sofistas en meros aficionados.
Esta, “nuestra clase gobernante”, lejos de lo que fueron sus principios
originales, no valora en nada los intereses generales de la sociedad; sólo se preocupa por defender a unos
pocos privilegiados a los que sirven de forma incondicional, son auténticos esclavos del poder real, su moral parece no querer ver mas allá de “lo
que puede el dinero” .
Mas que como auténticos políticos, (gobernantes de la polis) son un ejemplo de mercenarios
de un poder ideológico-económico, cuyas bases filosóficas y éticas parecen haberse anclado en
el único dios, para ellos creíble, el dinero, al que han convertido en su “fin último”. Es una incondicionalidad fanática que a veces hace sonreír, por no llorar, cuando lanzan sus alegatos destructivos
contra “otros integrismos”, a los que ven como amenaza de la “ecuánime cultura occidental”; somos, dicen el baluarte del liberalismo, no aclaran, eso sí, que el liberalismo que defienden es el “económico” , el del “libre mercado global”,
el que, en los últimos
decenios, ha conseguido aumentar
hasta límites nunca conocidos la “riqueza de los más ricos y la pobreza de
los más pobres”.
En fin, “todavía” nos queda la palabra, el logos, para, desde nuestra humilde pero militante independencia, manifestar nuestra opinión sobre la senda única, que nos quieren vender
como camino. Es necesaria la reflexión, la filosofía, para cuestionar si la supuesta meta hacia la que nos
quieren dirigir, es realmente la nuestra, o solo de unos pocos.
Frente al “marketing des-informador” de la
“corriente mediática”, que tan bien manejan, esto serán unas gotas en el océano, pero nos lo
impone nuestra “ética de mínimos”,
no queremos renunciar al kantiano imperativo de la disidencia.
Asociación filosófico-cultural: La agorina.
Lorenzo de Lemus (14/ 12/ 2004)